SIMPLEMENTE YO

EL UNO DE ABRIL DE MIL NOVECIENTOS SESENTA Y NUEVE EMPEZO TODO...



miércoles, 23 de marzo de 2011

Cogidos de la mano, inocencia perpetúa, nos besamos.

Los focos de los pocos coches que transitan por la carretera, nos iluminan de tanto en tanto. No existe más luz, que la que irradian las estrellas en el cielo negro. Cogidos de la mano, inocencia perpetúa, nos besamos.
Estamos en la bodega de mi pueblo, es verano de mil novecientos setenta y tantos…
Hay lugares que marcan tu vida, como cicatrices de guerra. Hechos que quedan grabados en tu memoria.
Habiamos quedamos donde siempre, al amparo de la luz tenue de la farola, en las cuatro esquinas.
 Me apresuro a terminar la cena. Donde vas tan tarde, me preguntan? Doy callada por respuesta.
En el baño me acicalo; me lavo los dientes, me peino con el fondo de la colonia de mi abuelo, y lavo con esmero cuello y puños de la camisa.
Un beso, y las sonrisas cómplices de los presentes, me despiden hacia mi encuentro.
Juntos paseamos unidos por la ilusión de volver a vernos. Hace tanto tiempo. De verano en verano. El aire de la noche, me trae su  perfume de niñez, pelo mojado, y piel de canela y clavo.
El silencio envuelve el camino hacia el lugar de los enamorados. La magia de la bodega perdura, mas con los años, se acrecienta.
Entre asustados y seducidos por las miradas curiosas, huimos bajo la penumbra de la pálida luz, que asoma por las ventanas abiertas. Rodeamos la iglesia, dando pasos de gigantes.
Suavemente nos mecemos en lo alto de la báscula, rió, observando el vaivén del pelo en su cara. Anhelos de juegos de infancia. Exhaustos nos apoyamos en el metal oxidado, de las puertas infinitas, donde se almacena y produce, el fruto del sudor del campo. Estas aguantan el paso del tiempo, gracias a los corazones de tiza, y frases de amores verdaderos.
Miramos al cielo, descubriendo las estrellas. Ese es el carro, o mejor dicho la osa mayor le cuento! En ese momento, me agarra de la mano, sin titubear, y levantó la cabeza para mirarla fijamente a la cara. Nuestras miradas se cruzaron, sintiendo en los ojos una profundidad diáfana que nunca antes había visto. Me agarró de la mano en silencio, durante un buen rato. Con fuerza, sin aflojar ni un solo instante, y dijo; Pidamos un deseo, a la próxima estrella fugaz que veamos!!
Quise que ese instante, no acabara por nada del mundo. El cielo nocturno, se ilumino como llama encendida, que se extingue antes de llegar a la tierra. No pedí un deseo, sino tantos como pude imaginar. Todos en la misma dirección: Eternizar ese momento.

Cada año, cada visita al pueblo, voy a observar las estrellas en el mismo lugar. Ilumino con la llama de un mechero, las puertas infinitas y busco con ahínco nuestros nombres escritos en tiza; marcas indelebles en el alma y en el corazón, difíciles de olvidar, que nos hicieron estremecer por primera vez.