Dentro de unos días,
hará un año…
Se fue un día que
Yo admiraba el atardecer del desierto. El sol se convirtió de repente en falso
metal de aparente oro envejecido por el paso de los años; se desvanecieron las
formas naturales de metal brillante, amarillo, pesado y maleable. Atrás quedo
el peso profundo del vivo recuerdo de mi padre.
Llego al pueblo;
Es la salida, aflojo la marcha,
paro. Bajo el volumen, y giro a la izquierda. Esta carretera es conocida, la
llevo más de cuarenta años transitando. La indicación me marca el camino, freno
y miro; Últimamente freno y miro a lo lejos, intentando verlo…
A veces lo veo sentado a medio
metro de la pared blanca inmaculada. Esa pared blanca unida a la verja metálica
que abre y cierra el dolor, la nostalgia
y el amor.
Observa cansado e impasible el
paso del tiempo fumando su preciado cigarro. Sin prisa ni pose, sentando de una
cierta forma desenfadada, mira al horizonte descubriendo las tres cruces, la
iglesia, el camino hacia su casa.
El viento entrecorta el susurro
de su voz en forma de melodía frágil, que acompaña con unos golpes en la
rodilla. Su canción encierra lágrimas de autocompasión, temblor
de angustia y palabras nunca dichas.
Avanza la tarde y
el cigarrillo en sus labios se va consumiendo. Se levanta al paso de las
visitas que entran casi a hurtadillas en silencio, interrumpiendo el descanso
de las almas, en parte por las lágrimas y en parte por los rezos. El zumbido
tranquilizador del chasquido metálico, anuncia que se cierra a su espalda la
verja.
Enciende otro cigarro y vuelve a sentarse,
dejando que a lo lejos por el camino de grava tras el árbol, las siluetas se
pierdan de vista mientras cruzan la carretera.
Se quedó luego fijamente mirando el cielo
negro y brillante de estrellas. Probó de nuevo a recordar momentos felices,
pero tampoco en esta ocasión lo consiguió. Los últimos meses, o par de años, fueron agotadores de enfermedad y
desanimo; Quien te vio, y en que te convertiste, se dijo. La sensación de
abandono le estremecía rodeado de rostros conocidos. Fue la primera vez que
entre tanto conocido, se sintió solo.
La impresión que
tengo es que lo dejamos solo. Cumplimos con lo pactado; reunión familiar,
duelo, despedida y entierro. Pero huía de la soledad, y las flores marchitas no
podrán darle el calor que necesita.
Encaro el camino
asfaltado en dirección a mi casa, recordando a mi padre, como entonaba esa melodía
frágil acompañándose con unos golpes en las rodillas…