SIMPLEMENTE YO

EL UNO DE ABRIL DE MIL NOVECIENTOS SESENTA Y NUEVE EMPEZO TODO...



martes, 21 de diciembre de 2010

No existe en ninguna parte del mundo real nada tan bello como las vivencias de la infancia.Como se podía convertir a los diez años, las travesuras, sueños o fantasías, en pecados?

Los acontecimientos se van sucediendo. Creces y tu vida se va orientando dependiendo de la educación de tu entorno. Yo sinceramente, no fui educado en el más amplio sentido católico. Recordemos que en los setenta, la iglesia venia de unos lustros de poder más que demostrado. Y no retrocederían, ni en los años posteriores a la muerte de Franco. Mi madre había sido tentada por Dios, y en su juventud era una gran devota. Pero sinceramente no tengo recuerdos que me lleven a pensar, que en mi casa la palabra de dios estuviera presente en todo momento. Creo que no estuvo presente en ningún momento, si soy sincero. Claro está que el catecismo tuve que padecerlo, y algo más inevitable: tuve que hacer la primera comunión.
Ya desde un principio, el tener que pasar tardes enteras, de juegos aparcados, en casa de una persona extraña (catequista para más señas), junto a niños que no conocía de nada, y hablando de rosarios, padres nuestros y demás glosarios, no me hacía mucha gracia. Pero si algo me horrorizaba era el hecho de confesarme…
Para mí lo que tenía que ser una fiesta, se iba convirtiendo en un infierno. Recitábamos de memoria oraciones, y los misterios del rosario, mientras nos abrasábamos con los pantalones de pana ardiendo por el brasero de la mesa camilla. La habitación recargada de gran cantidad de fotos de santos e ilustradas con sus costumbres. El calor sofocante, la luz tenue y el aliento de la gentil catequista, repasando con una amplia sonrisa, las estrofas del ave maría. Salirnos de la rutina era visitar la parroquia y depositar arroz para los pobres necesitados. Al fin termine el curso sin título, y pasamos a elegir el traje. Qué suerte la mía que no me vistieron de marinerito. No he sido muy soñador de grandes aventuras marineras. Y como éramos de secano, pues se decidieron por un traje azul grisáceo, recto y suéter de cuello alto. Cadena al cuello, y zapatos clásicos.
Se acercaba la primavera de las flores, el polen y los días más largos.  No podía  dormir, me horrorizaba ponerme de rodillas en el confesionario, y contarle mis travesuras, mis sueños y fantasías a un extraño. Casi me tuvieron que llevar de la oreja, a confesarme. La tarde era calurosa, y subí la calle dando patadas de rabia a las piedras que  encontraba por el camino. La iglesia esta poseída por una frescura envidiable, paredes blancas y olor a cera quemada. Junto a la puerta, la pila de agua bendita;  metí los dedos como me habían enseñado y me santigüé. Oí una voz que me decía, “pasa que te estoy esperando”. Me acerque en silencio, y el padre me dijo “ave maría purísima”, y Yo le conteste, “sin pecado concedido”…
No voy a engañaros, no recuerdo lo que le conté… pero si recuerdo que como penitencia me  hizo rezar dos padres nuestros y dos ave maría. Y paso el mal trago!!
El día de la ceremonia fue de gran revuelo,  comida familiar y algún regalo caído del cielo. Solo tengo el recuerdo de las fotos de color desvaído... Mi pose distraída, con mi prima de Barcelona cogida de la mano. Las fotos de familia, con mis primos; Maria Jesús, Esther, Andresin, y Juan Carlos. Mis abuelos Atanasio y María, la abuela Alejandra y demás tíos.
Y por supuesto, las ensaladillas rusas decoradas con esmero, que muy orgullosas enseñan la prima Esther y mi madre Adelina.
 Es de las pocas veces que he visto a tantos miembros de mi familia juntos, salvo en los entierros.
 Cosas de la vida, y del paso del tiempo…
Es inevitable echar mano de las fotos para poder recordar momentos inolvidables…

miércoles, 27 de octubre de 2010

Nostalgia de tiempos perdidos...

Mi pueblo no tiene ríos,  montañas,  castillos de batallas perdidas. No tiene héroes, ni historias de princesas amadas.  Tiene recuerdos, nostalgia de infancia perdida.
Cuando era pequeño, y vives en la ciudad, tus padres te enseñan que los límites, se concentran, en el rellano de tu finca, la acera. La esquina de la calle, o con suerte, la plaza peatonal o el jardín de enfrente.
Nosotros éramos de piso de interior. Las ventanas y el pequeño balcón se orientaban a la ropa tendida, olores de sartén al fuego, y llamada a gritos. El miedo al no te asomes, me dirigía a mi cuarto de papel empapelado. Lugar de sueños y aventuras. Cama de cabezal de cientos de estrías. Que las noches de insomnio, a la espera del ratoncito Pérez, contaba con mis dedos, hasta que el sueño me vencía.
Por eso, el nos vamos al pueblo!! Era la liberación de los límites, los sueños, y la incubación de  grandes aventuras.
Despertar con un tazón de leche, tortas de manteca, y libros de deberes olvidados, era la única rutina. No recuerdo sentarme en la mesa cubierta del hule, para repasar las lecciones. Todo el tiempo, para descubrir, para jugar, para ser lo que siempre he querido ser; un niño.
Al abrir las portas, me daba de frente con el aroma del campo. Con la era de mis abuelos, con la tierra labrada, y los pinos allí en lo alto. Junto a mi bicicleta, regalo de la  abuela Alejandra, me perdía por los caminos infinitos.
Los límites me los marcaban mis miedos, o lugares de juegos.
Miedos a la balsa; pantano profundo, donde habitaban monstruos en sus profundidades.
 Miedo a los rincones; casas al final del pueblo, donde vivían Hadas, embrujadas.                         
 Miedo al cementerio junto a la iglesia, donde al atardecer, se oía el ulular de las lechuzas, avisándote del despertar de los muertos.                                                                                                  
 Miedo, a la casa deshabitada de Bertolin. Con puertas enormes, y un agujero desde donde oías  vagar a fantasmas de por aquel entonces.
Y lugares de juegos…
 como el olmo hueco; almena de la fortificación imaginaria que guardabas, desde lo alto, con tu espada fabricada de sarmiento seco.                                                          
  Como la era de la silviana; con sus ribazos desde donde, tumbados en el suelo, disparamos con pistolas de pinzas de la ropa.                                         
Como el moral de Serrano y la marceliana; donde nos apropiábamos de las moras, imitando a los furtivos bandoleros, de las series en blanco y negro.
Estaban las cruces del calvario, la bodega, los nidos de golondrinas. El palomo de porcelana, arrasado a piedras del corral del valenciano. La búsqueda de collejas, para la tortilla de la cena.
Estaban mis compañeros de aventuras; Benito, Antoñete, José Julio, Félix, y por supuesto mis primos; Andrés y María Jesús.
Recuerdos de tardes de verano jugando al escondite. De travesuras sin malicia, hallando el todo en la nada...
Nostalgia de tiempos perdidos... 

martes, 28 de septiembre de 2010

el camino al pueblo

El camino al pueblo…
La aventura de dirigirte al pueblo empezaba, nada más salir de Valencia. Tanto mi madre como Yo, somos muy proclives al mareo. El viaje duraba alrededor de dos horas y media, y a los quince minutos, mi madre ya le advertía a mi padre, que no corriera, por que se mareaba el chiquillo. El cenicero metálico, estaba atestado de colillas de Ducados negros y star 46. Mi padre fumador confeso, encendía un cigarro tras otro. El radiocasete, nos amenizaba con canciones de fosforito, manolo caracol, y de vez en cuando los chistes de Fernando Esteso. Con un poquito de suerte, el traqueteo de la amortiguación, hacia que cayera en un pequeño sueño, que se veía truncado, al oír a mi madre, gritar, ten cuidado en el adelantamiento!! Y el calor reinante, hacia que las corvas te sudaran, y los asientos de escay, se te pegaran como pegamento.  Los viajes de antes, no son como los de ahora. Adelantar un camión, era la maniobra más kamikaze que existía. Y las paradas para que se enfriara el radiador, eran comunes. Pero tenía algo de mágico. Ibas al pueblo.
 E ir al pueblo, te convertía en otro niño.
Asomado a la ventanilla, divisaba el paisaje. Al princio como estaba recién aprendido a leer, me repasaba los anuncios, por momentos; Para usted señor, BARON DANDY. Ahora cuesta menos, lavar con GIOR, y MIRINDA tiene ritmo. Hasta que empezaba a marearme otra vez. Las cuestas de Buñol, encerraban subidas y curvas peligrosas. La tensión se palpaba por momentos. Los camiones organizaban largas colas, donde podíamos encontrar familias enteras, con las bacas atestadas de maletas, apretujadas en coches de la época. Requena, Utiel, el puerto de Cofrentes, y el letrero de Cuenca. Recuerdo que me hacia pipi, en Requena, y me aguantaba para evacuar al llegar a tierras conquenses. Andrés, para que el chiquillo se mea!! Detrás de un ribazo, me bajaba los pantalones, y, regaba los parajes más desconocidos. Minglanilla, la graja de iniesta y Motilla de Palancar. Si no hacíamos parada para comprar algo en el riato, nos dirigíamos hacia el cruce presidido, por el breve letrero, de:                          dirección Pozoseco. En ese momento dejaba de existir el mareo…
 A la salida de Motilla, el cementerio de blanco impoluto. A sus pies, el cultivo de la Rosa de Azafrán. . Ribazos, curvas, repechos. Vid, cebada, barbecho, y a lo lejos el campanario. Cierro los ojos y lo estoy viendo. Majestuoso, presidiendo el paisaje a lo lejos. Ya estamos, gritábamos al verlo!!
El intermitente a la izquierda, y justo a la derecha, el descanso de los nuestros. Alpacas, paredes enjalbegadas, la calle de tierra, y las cuatro esquinas. Alzado sobre mi padre, golpeaba el claxon, para reclamar la presencia de mis abuelos.

domingo, 26 de septiembre de 2010

A veces en sueños, estoy posado en la copa de los pinos

Mi familia me ha recriminado durante mucho tiempo, que no voy al pueblo. No saben que he ido más veces, de las que cuento…
A veces, en sueños, estoy posado en la copa de los pinos. Quien conozca mi pueblo, sabe a qué pinos me refiero. Desde allí diviso las casas enjalbegadas de blanca cal. Las eras color dorado, y los rulos impasibles, al paso del tiempo. Vuelo, por el camino dirección a las portas de mis abuelos. Mi casa, es la casa del presente, pero la casa de mis abuelos;  Atanasio y María, siempre será la casa de mis recuerdos. Miro por la rendija de las portas, de madera y clavos. Mi abuela está tendiendo las sabanas, blancas, inmaculadamente blancas. Paso junto a ella en silencio. El remolque, la leña, la cocinilla, los aperos colgados de la pared, el gallinero, y junto a este, el retrete. Los conejos, y la puerta de la cuadra. Empujo la puerta, y junto al pesebre, esta la mula castaña. Cierro los ojos, y huele a paja, a estiércol. A parto la cortina de macarrones de plástico, y entro en la cocina. Veo los cacharros recién fregados. Los vasos de nocilla, las cazuelas de barro, y los platos de aluminio blanco. Pronuncio una palabra, en voz baja, asomado al aljibe, y el eco persigue mis pasos. Llego a la puerta, deslizo el picaporte lentamente, muy lentamente, asomo la cabeza, y está durmiendo… es mi abuelo Atanasio.
Tumbado en la banca, su banca. El trono de mi héroe. Tiene apoyado el bastón a la pared, y su gorra preside la mesa. Los ronquidos, me dan tregua para deslizarme al comedor. Silencio. Cierro los ojos, y huele a fresco, a despensa. Entro en la habitación. Veo el cabezal de la cama, el colchón de lana, la foto de mi tía Amparo. Me da miedo, es de papel amarillento. Corro la cortina, y encuentro las camas. Aparto la colcha, me hundo bajo las sabanas y cierro la hoja de la ventana. Sonrió, cansado. Duermo…
Me despierta un beso; es mi abuela María. El vaso de leche, el bocadillo de pan redondo con nocilla. Me siento en la puerta de casa, con mi uniforme de guerra. Mocasines marrones, pantalones cortos, y polo a botones. Me llaman de dentro de la casa, voy corriendo. Es mi abuelo. Coge de la trincha, que nos vamos!! Arreglamos la mula castaña y nos subimos al remolque. Salimos al campo, me comenta!!. Cierra las portas, y sube con cuidado!!
Pasamos las eras doradas, los rulos, la cebada recién cortada. Nos dirigimos al fin del mundo.
Cierro los ojos mientras escribo, y se deslizan las lágrimas por mis mejillas.
Era mi héroe de carne y hueso.
Quien crea que utilizo mis letras, para otro fin que no sea honrar su memoria.
Es que no me conoce…

jueves, 23 de septiembre de 2010

Desde la mas absoluta admiracion

Cuando hablo de mis abuelos, hablo desde la mas absoluta admiracion. Hay dos cosas, que doy gracias en mi vida; una tener la madre que tengo, y otra haber disfrutado de mis abuelos. Cuento historias que me cuentan y algunas que he vivido, y contare cuentos, que he imaginado. Siempre desde el respeto. Mi abuelo Atanasio, no pasó por la vida, como xxxxxxxxxx, más si acaso como quijote.
 No sabía leer ni escribir. Y cuando venía de trabajar del campo, con tan solo doce años, propuso a un compañero de juegos, un intercambio;  tú me enseñas a leer y escribir, o yo te hago una pelota. Así fue, como con la ayuda de su amigo, y un libro que encontró, en algún lugar perdido, pudo cumplir un sueño; intentar ser un niño normal.
El libro, tenía una frase que no hacía más que repetir: Quijote, que vas quijote ando, Quijote, que vas quijote ando… Y así se quedo, toda su vida, con Quijote de tanto repetirlo.
Anécdotas, vivencias, que no podemos negar. Como dije en una de mis entradas anteriores, somos lo que somos gracias a personas como ellas.  Y Yo no me avergüenzo de lo que vivieron, ni lo que fueron.
Pero si tengo que dejar una cosa clara, es que lo único que quiero contar, es mi vida, no la de los demás. El recuerdo es una de las más fascinantes operaciones de nuestra mente. Y Yo quiero recordar, honrando su memoria, a todas aquellas personas que para mí fueron importantes.
Y si con ello, despierto la curiosidad de los miembros más jóvenes de mi familia, y se hacen preguntas, pediría a todos aquellos que tienen más edad, que compartan sus recuerdos. Es una buena forma, de que no caigan en el olvido…
Desde lo más hondo de mi corazón, lo siento si alguien se ha ofendido.

lunes, 20 de septiembre de 2010

Atanasio Gonzalez, xxxxxxxxxxxxxxxxxx

El hilo conductor de la vida de mi abuelo materno, fue el sufrimiento:
mi abuelo atanasio, junto a mis abuelas; Maria y Alejandra, el dia de mi comunion.
A la corta edad de doce años,  quedo huérfano, de padre y madre, y se marcho al Peral a trabajar de ayudante de mozo de mulas. Si buscamos en el diccionario que significa “mozo de mulas”, podemos encontrar; hombre que sirve en oficios humildes, y El que en las casas cuida de las mulas del coche o labranza. Oficio nada halagüeño a la corta edad de doce años.
 Su padre Mauricio murió cuando él tenía nueve años, de un desgraciado accidente. Se golpeo la cabeza, y cayó del carro, al espantarse las mulas cuando se dirigía al pueblo. El suceso ocurrió en el boquerón, lugar cercano a Pozoseco. Recuerdo como mi madre me contaba, que subida al carro junto a su padre, visitaban la cruz erigida en recuerdo a su abuelo. Besaban varios guijarros, y los depositaban en el suelo. Esa cruz permaneció durante muchos años, hasta que llego la repartición parcelaria.
Si digo que el hilo conductor fue el sufrimiento, es porque,  perdió a dos de sus hijos, en desgraciadas circunstancias. Padeció la guerra, del bando republicano. Y se debatió entre la vida y la muerte, a causa de una bala perdida, en el monasterio de Ucles, este utilizado como hospital, en tiempos de la contienda.  Ya de mayor padeció varias trombosis, y falleció a causa de las heridas, producidas  en un accidente de tráfico.
De izquierdas, ateo confeso, xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxx,  xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxx. Durante su convalecencia en el monasterio de Ucles, recibió los cuidados de varias monjas, que le salvaran la vida. Desde ese momento cambio paulatinamente el prisma que tenia hacia la iglesia. Nunca llego a ser un verdadero confeso pero aseguro que “algo tenía que haber”…
Para mí, el abuelo Atanasio, fue uno de los pilares de la etapa más bonita de mi vida; mi infancia. Tuvo siempre mucha paciencia conmigo. De hecho he pasado largas temporadas con mis abuelos. Me ha hecho ser partícipe de su trabajo diario, y convertirlo en un juego. He jugado a trabajar, trillando en la era. Llevar el remolque de uva, después de vendimiar. Y darle de comer a la mula castaña; compañera inseparable de duras jornadas de trabajo.
Pero si algo me emociona, es recordarlo, cuando vivía con nosotros, ya enfermo. A causa de las trombosis, no podía tener total movilidad, y expresarse con soltura. Cuando le preguntaba; abuelo quiere usted algo?  Al no poderse dar a entender, se le llenaban los ojos de impotencia, y soltaba, la frase más repetida como autodefensa; Me cago en Dios!! Y sentenciaba.
Barba cerrada, gorra calada hasta las orejas, olor a trabajo y Varón Dandy. Corpulento, nariz roja, y manos de labriego. Camisa, pantalón atado con un vencejo, y gafas de pasta.
Mi héroe de la infancia, de carne y hueso.



lunes, 13 de septiembre de 2010

Antonio Bueno Tebar, mi abuelo paterno...

Todos tenemos historias que contar de nuestros abuelos, o en todo caso nos las tienen que contar. Digo esto, porque no hace mucho, en una de mis largas conversaciones con mi madre, (Ella es la que me proporciona más información), me conto la odisea de mi querido abuelo Antonio. Vaya por delante que los recuerdos que tengo de Él, son vagos; Alto, delgado, cansado, enfermo… me cogía de la mano, y paseábamos por el pasillo. Me sentaba en sus delgadas rodillas. Me mesaba el pelo. Al poco rato, se escabullía en su habitación. Ya no se encontraba bien. Y un día yo, recién cumplidos los tres años, vi como desaparecía de mi vida.


Lo admiro. Como admiro a mi abuelo Atanasio. Si os digo que se llenan mis ojos de lágrimas al recordarlos, no miento. Esos hombres de la guerra, olían a sudor y trabajo. A dignidad y sufrimiento. Somos lo que somos, gracias en gran parte a hombres como ellos. De campo, labriegos. Padecieron la guerra civil, y lucharon sin saber muy bien por quien, ni para qué.
 Mi madre me conto que a mi abuelo Antonio lo alistaron en el bando republicano. No es de extrañar, ya que esta parte de Cuenca, cercana a Valencia, era aun en aquel entonces reducto Republicano. Estuvo en varios frentes, y cayó prisionero. Fue llevado a un campo de concentración, en burgos donde paso dos largos años. Su viuda, mi abuela Susana Alejandra, se quedo a cargo de mi tía Sagrario en el pueblo, ya que mi padre no había nació aun. Como decía, padeció todas las penurias habidas y por haber, y el mayor castigo, fue no poder comunicar a su familia que estaba vivo. Mi abuela al no tener noticias de él, enviudo. En aquella época, era caer en desdicha. De luto, completamente de negro, tanto en la vestimenta como en el alma. Malvivió dos largos años, hasta que el azar, hizo que un rayo de esperanza, iluminara su triste vida. El secretario del juez, localizo a mi abuelo en el campo de concentración, gracias a un familiar suyo que estaba también retenido. Este le dio la noticia que Antonio Bueno Tébar, vivía y estaba prisionero. Estaba muy débil, ya que las condiciones eran deplorables. Pero aun vivía.

 En mi pueblo no se entendía de política. Vivian los de izquierdas, y los de derechas. Eran las mismas familias. Al estallar la guerra, existía un pacto tácito; ayudarse unos a los otros. Unos escondían a los otros dependiendo, de quien vinieran. En mi casa del pueblo existen dos cuevas. La primera nada más entrar a la casa, donde se depositaban unos pocos víveres para que al registrar la casa, se conformaran con lo que encontraban. Y en la habitación del fondo, debajo de la cama, y tapada con una estera, existía otra cueva, donde podías encontrar el resto de los vivieres, junto a personas tiritando de miedo. Por ello, siendo mi abuelo prisionero del bando vencido (republicano), personas del bando vencedor (nacionalista), lograron tras arduas negociaciones, y testimonios a su favor, su libertad.
Libre, emprendió un largo viaje a pie desde Burgos a Pozoseco. Días de dormir al raso, viviendo de la caridad, y con una sarna, que se lo comía de pies a cabeza, llego por fin a su casa. Me cuenta mi madre, que estuvo un año, sin dormir con mi abuela, de la sarna que padeció. Esto le paso factura, y ya nunca más fue el mismo.


Puede ser una historia más, de tantas, que sufrieron un bando, y otro. Estamos de acuerdo. Pero no hay pretexto, para no poder honrar su memoria. Mi abuelo Antonio Bueno Tébar, se aferro a la vida, detrás de los barrotes. Con el peso de la muerte en cada amanecer. Y gracias a su tenacidad, hoy yo puedo estar contando esta historia.
Gracias abuelo...

domingo, 12 de septiembre de 2010

a los cuatro meses de nacer, hice por primera vez las maletas...

A los cuatro meses de nacer, hice por primera vez la maletas. Mi padre tenía problemas de salud, la familia nos reclamaba, y decidieron venirse a Valencia. Cuando digo “hice las maletas”, es de forma figurada. Hacer, hacer, hacia lo que todo los niños, comer y llorar. Pero si es cierto, que no fue la primera. Hago memoria. He cambiado nueve veces de colegio. He vivido en varias ciudades, y cambiado otras tantas de piso. Y cual es el motivo? Sinceramente, yo también me lo pregunto. Creo honestamente, que el causante, ha sido mi padre. Nunca ha tenido una estabilidad, ni en asentarse, en un lugar fijo, ni en cuestión de trabajo. En lo de vivir, nunca se lo he perdonado. Para mí ha sido un calvario, el tener que rehacer mi vida, cada poco tiempo. Sobre todo en la pubertad, y la adolescencia. En lo del trabajo, lo entiendo mas, soy igual que el. Si no estoy a gusto, o me he cansado, cambio.




A finales del 69, nos instalamos en nuestro piso de Juan de Juanes, en Valencia. Lo compraron sin verlo, con la “inestimable” ayuda de unos tíos. Las inversiones maravillosas de mis queridos padres. Se fiaron de la familia, y cuando llegaron, se encontraron que no valía lo que pagaron, y encima estaba ocupado, por mis tíos Faustino y Sagrario, con sus cuatro hijos. La familia es la familia, y que vamos a hacer. Como dice el dicho; “la familia te toca, y a los amigos los eliges”. Y allí que nos metimos todos, hasta que mis tíos encontraron otro piso.


En esta calle es donde he vivido grandes momentos. Estuvimos viviendo hasta agosto de 1979, que nos cambiamos a Maestro Palau, en el mismo Mislata, pueblo donde resido.


Se me olvidaba que entre tanto, en esos años, hicimos varias intentonas por vivir en Palma de Mallorca. Residian los hermanos de mi madre, Mauricio y Celia. Esta última se caso con mi tío Serafín, el mismo día, en la misma iglesia y compartiendo banquete con mis padres. Mis abuelos mataron dos pájaros de un tiro. Casaron a las hijas juntas. Cosas de la época, ahora sería impensable. Como decía, vivía la familia en Palma y nosotros íbamos muy a menudo a principio de los 70 de vacaciones. Y en una de estas nos quedamos un tiempo por allí. No fue mucho, ya que mi abuelo paterno, se puso muy enfermo, y fue el detonante para que volviéramos a Valencia.


Mi madre seguía a mi cuidado, mientras mi padre trabajaba en la hostelería. En aquel entonces en Palma de Mallorca había muchísimo trabajo. Toda la familia trabajaba salvo mi madre. Ella mientras me cuidaba, se hacía cargo de mis primos. Un día, se rebeló, y decidió que ya estaba bien de estar en casa, y ni corta ni perezosa, se echo a la calle a buscar trabajo. Se armo de valor, y en el primer lugar que encontró, pregunto. Casualidades de la vida, habían puesto un anuncio en el periódico, buscando una chica. Era Bordados Mallorca. Mi madre se entrevisto con el jefe, y al día siguiente se puso a trabajar. La hicieron fija, me cuenta orgullosa, y se le daba de maravilla. En mis sueños, ahora de mayor, me veo agarrado a los barrotes de la barandilla del balcón, esperando a mi madre, junto a mi prima Celia. Era hacia el atardecer, el sol adormecía, y la veo acercarse lentamente. Levantaba la mano, sujetando una bolsa de conguitos, y saludaba. La excitación nos podía, nos encantaban los conguitos, pero más deseaba abrazarla, porque era la primera vez que me separaba de ella. Esta historia me la cuenta, muy a menudo, resaltando mi interés por los conguitos. Yo sigo teniendo este sueño, pero ella bien sabe, que lo verdaderamente interesante, era volver a sus brazos.

viernes, 10 de septiembre de 2010

de donde soy

De donde soy….




Cuando me preguntan, de donde soy?, digo de Barcelona. Es curioso solo viví allí, cuatro meses. Y para ser más exactos, los viví en Castelldefels. El resto de mi vida, repartido entre Valencia, Palma de Mallorca, y Pozoseco (Cuenca).


De mis primeros cuatro meses de vida, los únicos recuerdos, que tengo, que no son míos, son las anécdotas de mi madre. Digo que no son míos, por algo muy evidente. No conozco a nadie que recuerde algo de lo vivido con cuatro meses de vida. Simplemente lo que sucede, es que entre fotos en blanco y negro, y cuentos de mi madre, me he creado unos recuerdos en el subconsciente, que puedo describir, con todo lujo de detalles.


El apartamento donde vivíamos era pequeño, pero acogedor, rodeados de arboles plataneros. Ubicado a escasos metros de la playa, y cercano al lugar de trabajo de mi padre. Este trabajaba doce horas diarias, entre fogones, en el restaurante La Pineda. Para paliar la soledad de mi madre, todo el día a mi cuidado, y disfrutar de su poco tiempo libre, se compro una tv. Si podía disfrutar de un capricho, no se lo pensaba. Puede parecer una tontería, pero en aquella época (finales de los 60), éramos de los pocos, que teníamos una, en toda la escalera. Gracias a la tv, surgió una gran amistad, entre mis padres, y una pareja vecina. Mi madre carente de vida social, entablo cierta amistad con una chica, joven, y muy delgada, del piso de enfrente. Ella era estudiante de magisterio, y estaba recién casada. Muy bien educada, y según me comenta mi madre, proveniente de una familia burguesa. Se caso en contra de su familia, con un estudiante y sin un duro. Mi madre, y Pilar, este era su nombre, dos mujeres antagónicas, pero unidas por un punto en común, la soledad.


Esta amistad ha durado hasta hoy, incluso de pequeño, fui a veranear a su apartamento en castelldefels, en el año 1975. Recuerdo que nunca había visto unas literas, y cosas de críos, me emperre en dormir en la de arriba… A media noche, no paraba de dar vueltas, motivado por la extrañeza de la cama, y ocurrió lo peor. Me di un guantazo tremendo, y me hice mi primer esguince de muñeca.


Experimente el dolor por primera vez. Este recuerdo si es mío, nunca se me olvidara. Arruine las maravillosas vacaciones a mis padres, y di la nota por primera vez. Y no seria, la ultima…..

jueves, 9 de septiembre de 2010

NOTAS DE UN COMIENZO

Harry Nilson, sonaba en la radido del seat 1450. Faros dobles cuadrangulares y llantas exclusivas, adornaban esta berlina, con cierto aire de exclusividad. Color negro y franja amarilla. Modelo de concepción y producción meramente nacional. El orgullo de los taxis, de la época, en Barcelona.



Everybody’s Talking, era el tema principal de Cowboy de medianoche. Una película dura, agria, desesperanzada, un retrato complejo y apabullante, en el que los personajes, casi sombras, sueñan con huidas hacia adelante, en el New York de finales de los 60.


Llueve, a miles de kilómetros... suena la canción melodiosa, en medio de los gritos de mi abuela.


Abre las piernas, respira!! Gritaba mi abuela Maria. Que lo ahogas!!


Mi madre había roto aguas, en el pequeño apartamento de Castelldefels, en ausencia de mi padre. Mi madre, menuda, de porciones redondas, había nacido y crecido en un pequeño pueblo de Cuenca. Pozoseco para mas señas. Se había enamorado y casado con su único amor, mi padre. Siempre me recordaba como anécdota, que estaba tan enamorada, que un dia, viniendo de trabajar del campo, al verlo, se cayo de la mula. La verdad, es una anécdota, como otra cualquiera, pero cuando te la contaba, notabas que para ella, era motivo de excepción, y le dabas la importancia que esta se merecía.


Corra por dios, que nace aquí en el taxi!! Seguia gritando mi abuela.


Pobre hombre, el taxista. Me hubiera gustado darle las gracias, por el manejo de la situación. No tenia que ser nada fácil, por mucho seat 1450 que lleves entre manos, dominar los nervios, con la lluvia a cantaros, y mi abuela gritando, camino del hospital Francisco Franco.


A las once de la noche del uno de abril de mil novecientos sesenta y nueva, en la habitación ciento once, vine al mundo.


Estuvimos muy poco meses viviendo en Castelldefels. Mi padre, no era militar, era culillo de mal asiento. Se fue muy joven del pueblo, hacia Barcelona, arrastrado por la inercia, de esos años. Creo recordar, que en el servicio militar, le toco en cocinas, y hay fue donde desarrollo, el oficio, que mas ha ejercido durante su vida. Nacio en el seno de una familia trabajadora, pero sin pasar penurias. Era el señorito, y al dia de hoy, sigue siéndolo. Es de esas personas, que se sienten comodos, en la piel, de lo que no son. Pero lo viven como si lo fueran. Nunca lo he entendido, pero con los años, he ido aceptándolo, por que, quieras o no, tu padre es al fin de cuentas, tu padre.


Andres y Adelina, son sus nombres, y Javier iba a ser el mio. Pero con la iglesia, hemos topado. Mi madre en aquel entonces, fiel aficionada a las telenovelas, radiadas. Tenia a un tal Javier, como personaje, idílico, de las historias de amor, jamás contadas. Y no se si consensuado con mi padre, o no, tuvo la intención de bautizarme con el nombre, de su personaje preferido. El problema vino cuando el cura les comunico, que Javier no tenia santoral, o me ponían Francisco Javier, o cualquier otro nombre compuesto. Entiendo que si mi padre, tuvo un atisbo, de ponerme Antonio Javier (Antonio por mi abuelo, paterno), mi madre lo zanjo de inmediato.


Francisco Javier Bueno Gonzalez… javi bueno para los amigos. Un nombre que me ha acompaña toda mi vida… Ni Francisco, ni Paco, ni siquiera Javier, simplemente, Javi. El compuesto de bautismo, no ha tenido una incidencia mayor. Se de casos, que por suerte o por desgracia, su nombre no tiene nada que ver, con lo que verdaderamente, quisieron llamarle. Y no digamos, como le hubiera gustado llamarse. En definitiva, que el párroco contento, y yo, en honor a la verdad, entiendo que para mis padres, era mas por obligación que por devoción. Pero como son las cosas, que en muchos momentos de mi vida, cuando me han preguntado el nombre, nunca, he podido esconder, el Francisco. Era tan sencillo, decir Javier Bueno Gonzalez. Pero me cuesta, hasta no escribirlo