SIMPLEMENTE YO

EL UNO DE ABRIL DE MIL NOVECIENTOS SESENTA Y NUEVE EMPEZO TODO...



martes, 21 de diciembre de 2010

No existe en ninguna parte del mundo real nada tan bello como las vivencias de la infancia.Como se podía convertir a los diez años, las travesuras, sueños o fantasías, en pecados?

Los acontecimientos se van sucediendo. Creces y tu vida se va orientando dependiendo de la educación de tu entorno. Yo sinceramente, no fui educado en el más amplio sentido católico. Recordemos que en los setenta, la iglesia venia de unos lustros de poder más que demostrado. Y no retrocederían, ni en los años posteriores a la muerte de Franco. Mi madre había sido tentada por Dios, y en su juventud era una gran devota. Pero sinceramente no tengo recuerdos que me lleven a pensar, que en mi casa la palabra de dios estuviera presente en todo momento. Creo que no estuvo presente en ningún momento, si soy sincero. Claro está que el catecismo tuve que padecerlo, y algo más inevitable: tuve que hacer la primera comunión.
Ya desde un principio, el tener que pasar tardes enteras, de juegos aparcados, en casa de una persona extraña (catequista para más señas), junto a niños que no conocía de nada, y hablando de rosarios, padres nuestros y demás glosarios, no me hacía mucha gracia. Pero si algo me horrorizaba era el hecho de confesarme…
Para mí lo que tenía que ser una fiesta, se iba convirtiendo en un infierno. Recitábamos de memoria oraciones, y los misterios del rosario, mientras nos abrasábamos con los pantalones de pana ardiendo por el brasero de la mesa camilla. La habitación recargada de gran cantidad de fotos de santos e ilustradas con sus costumbres. El calor sofocante, la luz tenue y el aliento de la gentil catequista, repasando con una amplia sonrisa, las estrofas del ave maría. Salirnos de la rutina era visitar la parroquia y depositar arroz para los pobres necesitados. Al fin termine el curso sin título, y pasamos a elegir el traje. Qué suerte la mía que no me vistieron de marinerito. No he sido muy soñador de grandes aventuras marineras. Y como éramos de secano, pues se decidieron por un traje azul grisáceo, recto y suéter de cuello alto. Cadena al cuello, y zapatos clásicos.
Se acercaba la primavera de las flores, el polen y los días más largos.  No podía  dormir, me horrorizaba ponerme de rodillas en el confesionario, y contarle mis travesuras, mis sueños y fantasías a un extraño. Casi me tuvieron que llevar de la oreja, a confesarme. La tarde era calurosa, y subí la calle dando patadas de rabia a las piedras que  encontraba por el camino. La iglesia esta poseída por una frescura envidiable, paredes blancas y olor a cera quemada. Junto a la puerta, la pila de agua bendita;  metí los dedos como me habían enseñado y me santigüé. Oí una voz que me decía, “pasa que te estoy esperando”. Me acerque en silencio, y el padre me dijo “ave maría purísima”, y Yo le conteste, “sin pecado concedido”…
No voy a engañaros, no recuerdo lo que le conté… pero si recuerdo que como penitencia me  hizo rezar dos padres nuestros y dos ave maría. Y paso el mal trago!!
El día de la ceremonia fue de gran revuelo,  comida familiar y algún regalo caído del cielo. Solo tengo el recuerdo de las fotos de color desvaído... Mi pose distraída, con mi prima de Barcelona cogida de la mano. Las fotos de familia, con mis primos; Maria Jesús, Esther, Andresin, y Juan Carlos. Mis abuelos Atanasio y María, la abuela Alejandra y demás tíos.
Y por supuesto, las ensaladillas rusas decoradas con esmero, que muy orgullosas enseñan la prima Esther y mi madre Adelina.
 Es de las pocas veces que he visto a tantos miembros de mi familia juntos, salvo en los entierros.
 Cosas de la vida, y del paso del tiempo…
Es inevitable echar mano de las fotos para poder recordar momentos inolvidables…