SIMPLEMENTE YO

EL UNO DE ABRIL DE MIL NOVECIENTOS SESENTA Y NUEVE EMPEZO TODO...



miércoles, 27 de octubre de 2010

Nostalgia de tiempos perdidos...

Mi pueblo no tiene ríos,  montañas,  castillos de batallas perdidas. No tiene héroes, ni historias de princesas amadas.  Tiene recuerdos, nostalgia de infancia perdida.
Cuando era pequeño, y vives en la ciudad, tus padres te enseñan que los límites, se concentran, en el rellano de tu finca, la acera. La esquina de la calle, o con suerte, la plaza peatonal o el jardín de enfrente.
Nosotros éramos de piso de interior. Las ventanas y el pequeño balcón se orientaban a la ropa tendida, olores de sartén al fuego, y llamada a gritos. El miedo al no te asomes, me dirigía a mi cuarto de papel empapelado. Lugar de sueños y aventuras. Cama de cabezal de cientos de estrías. Que las noches de insomnio, a la espera del ratoncito Pérez, contaba con mis dedos, hasta que el sueño me vencía.
Por eso, el nos vamos al pueblo!! Era la liberación de los límites, los sueños, y la incubación de  grandes aventuras.
Despertar con un tazón de leche, tortas de manteca, y libros de deberes olvidados, era la única rutina. No recuerdo sentarme en la mesa cubierta del hule, para repasar las lecciones. Todo el tiempo, para descubrir, para jugar, para ser lo que siempre he querido ser; un niño.
Al abrir las portas, me daba de frente con el aroma del campo. Con la era de mis abuelos, con la tierra labrada, y los pinos allí en lo alto. Junto a mi bicicleta, regalo de la  abuela Alejandra, me perdía por los caminos infinitos.
Los límites me los marcaban mis miedos, o lugares de juegos.
Miedos a la balsa; pantano profundo, donde habitaban monstruos en sus profundidades.
 Miedo a los rincones; casas al final del pueblo, donde vivían Hadas, embrujadas.                         
 Miedo al cementerio junto a la iglesia, donde al atardecer, se oía el ulular de las lechuzas, avisándote del despertar de los muertos.                                                                                                  
 Miedo, a la casa deshabitada de Bertolin. Con puertas enormes, y un agujero desde donde oías  vagar a fantasmas de por aquel entonces.
Y lugares de juegos…
 como el olmo hueco; almena de la fortificación imaginaria que guardabas, desde lo alto, con tu espada fabricada de sarmiento seco.                                                          
  Como la era de la silviana; con sus ribazos desde donde, tumbados en el suelo, disparamos con pistolas de pinzas de la ropa.                                         
Como el moral de Serrano y la marceliana; donde nos apropiábamos de las moras, imitando a los furtivos bandoleros, de las series en blanco y negro.
Estaban las cruces del calvario, la bodega, los nidos de golondrinas. El palomo de porcelana, arrasado a piedras del corral del valenciano. La búsqueda de collejas, para la tortilla de la cena.
Estaban mis compañeros de aventuras; Benito, Antoñete, José Julio, Félix, y por supuesto mis primos; Andrés y María Jesús.
Recuerdos de tardes de verano jugando al escondite. De travesuras sin malicia, hallando el todo en la nada...
Nostalgia de tiempos perdidos...