Mi familia me ha recriminado durante mucho tiempo, que no voy al pueblo. No saben que he ido más veces, de las que cuento…
A veces, en sueños, estoy posado en la copa de los pinos. Quien conozca mi pueblo, sabe a qué pinos me refiero. Desde allí diviso las casas enjalbegadas de blanca cal. Las eras color dorado, y los rulos impasibles, al paso del tiempo. Vuelo, por el camino dirección a las portas de mis abuelos. Mi casa, es la casa del presente, pero la casa de mis abuelos; Atanasio y María, siempre será la casa de mis recuerdos. Miro por la rendija de las portas, de madera y clavos. Mi abuela está tendiendo las sabanas, blancas, inmaculadamente blancas. Paso junto a ella en silencio. El remolque, la leña, la cocinilla, los aperos colgados de la pared, el gallinero, y junto a este, el retrete. Los conejos, y la puerta de la cuadra. Empujo la puerta, y junto al pesebre, esta la mula castaña. Cierro los ojos, y huele a paja, a estiércol. A parto la cortina de macarrones de plástico, y entro en la cocina. Veo los cacharros recién fregados. Los vasos de nocilla, las cazuelas de barro, y los platos de aluminio blanco. Pronuncio una palabra, en voz baja, asomado al aljibe, y el eco persigue mis pasos. Llego a la puerta, deslizo el picaporte lentamente, muy lentamente, asomo la cabeza, y está durmiendo… es mi abuelo Atanasio.
Tumbado en la banca, su banca. El trono de mi héroe. Tiene apoyado el bastón a la pared, y su gorra preside la mesa. Los ronquidos, me dan tregua para deslizarme al comedor. Silencio. Cierro los ojos, y huele a fresco, a despensa. Entro en la habitación. Veo el cabezal de la cama, el colchón de lana, la foto de mi tía Amparo. Me da miedo, es de papel amarillento. Corro la cortina, y encuentro las camas. Aparto la colcha, me hundo bajo las sabanas y cierro la hoja de la ventana. Sonrió, cansado. Duermo…
Me despierta un beso; es mi abuela María. El vaso de leche, el bocadillo de pan redondo con nocilla. Me siento en la puerta de casa, con mi uniforme de guerra. Mocasines marrones, pantalones cortos, y polo a botones. Me llaman de dentro de la casa, voy corriendo. Es mi abuelo. Coge de la trincha, que nos vamos!! Arreglamos la mula castaña y nos subimos al remolque. Salimos al campo, me comenta!!. Cierra las portas, y sube con cuidado!!
Pasamos las eras doradas, los rulos, la cebada recién cortada. Nos dirigimos al fin del mundo.
Cierro los ojos mientras escribo, y se deslizan las lágrimas por mis mejillas.
Era mi héroe de carne y hueso.
Quien crea que utilizo mis letras, para otro fin que no sea honrar su memoria.
Es que no me conoce…
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